Este 21 de abril de 2025, el mundo recibió la noticia del fallecimiento del papa Francisco, una figura que, más allá de lo religioso, se convirtió en uno de los personajes públicos más influyentes, debatidos y visibles del siglo XXI.

Jorge Mario Bergoglio, de origen argentino, se convirtió en el primer papa latinoamericano y el primer jesuita en ocupar el cargo. Desde su elección en 2013, su pontificado marcó un giro en la manera en que la Iglesia católica se vinculaba con temas sociales, políticos y culturales. Su discurso, muchas veces centrado en la empatía, la justicia social y el diálogo interreligioso, le valió tanto reconocimiento como controversia.

Pero más allá del juicio que cada quien pueda tener sobre su figura, lo cierto es que el papa Francisco fue una presencia cultural —no solo espiritual—. Su imagen, sus frases y sus gestos fueron compartidos, discutidos y reinterpretados dentro y fuera del catolicismo. Se convirtió en símbolo, meme, referencia política y figura pública, incluso para quienes no profesaban ninguna fe.

La muerte de un líder religioso de esta magnitud representa también el cierre de una etapa en la conversación global sobre ética, humanidad y poder. Y como en muchos otros casos, no es la institucionalidad lo que más se extraña tras su partida, sino la persona: sus contradicciones, su estilo directo, su capacidad de incomodar o acompañar desde la palabra.
Hoy, más allá de credos, se despide una figura que deja un legado lleno de matices, desafíos y preguntas abiertas. Una figura que, para bien o para mal, supo insertarse en la cultura del siglo XXI con una claridad que pocas instituciones logran.