En 1973, en medio de un Estados Unidos convulso, entre guerras lejanas y sueños rotos, se dio a conocer oficialmente la separación de The Doors. Habían pasado apenas dos años desde la muerte de Jim Morrison, el poeta maldito que se convirtió en símbolo de toda una generación.
El eco de una era
Corría 1973. En las calles de Los Ángeles, la contracultura ya no era el rugido incontenible de los sesenta, sino un eco distante, más tenue, que sobrevivía entre vinilos gastados y bares llenos de humo. Fue allí, en ese ambiente enrarecido, donde The Doors confirmaron lo inevitable: su camino juntos había llegado a su fin.

El anuncio no sorprendió a muchos. Morrison, la voz, el poeta, el chamán eléctrico, había muerto en París en julio de 1971. Su ausencia no era solo la pérdida de un cantante, sino la caída de la columna que sostenía la visión mística y caótica de la banda.
París, 1971: la última puerta
Jim Morrison había viajado a la capital francesa buscando huir de los fantasmas que lo perseguían en Estados Unidos: juicios, excesos, cansancio y una fama que lo consumía. Allí encontró un breve respiro junto a Pamela Courson. El 3 de julio de 1971, su corazón se detuvo en un departamento del barrio de Le Marais. Tenía apenas 27 años, uniéndose al fatídico “Club de los 27” junto a Jimi Hendrix y Janis Joplin.

Su muerte dejó un vacío imposible de llenar. Para muchos, The Doors habían terminado ese mismo día, aunque Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore intentaron mantener la llama encendida.
Los años sin Morrison
En 1971, apenas meses después de la partida de Jim, la banda editó Other Voices, con Krieger y Manzarek compartiendo voces principales. Aunque el disco tenía destellos de la esencia musical de la banda, carecía de la intensidad lírica que Morrison imprimía incluso en los silencios.

Un año más tarde, en 1972, publicaron Full Circle, un álbum que se aventuraba hacia terrenos más experimentales, con toques de jazz y rock progresivo. Sin embargo, la crítica fue tibia y el público, acostumbrado a la magia oscura y magnética del “Rey Lagarto”, no terminó de conectar.

Los conciertos de esos años se convirtieron en un intento valiente pero doloroso de mantener vivo algo que ya parecía extinguido. Era como si la sombra de Jim se proyectara en cada escenario, recordándoles —y recordándonos— que la alquimia original nunca podría repetirse.
La separación oficial
Finalmente, en 1973, los tres miembros sobrevivientes decidieron dar un cierre formal. Lo que Morrison había transformado en un ritual colectivo de poesía, música y trance, ya no podía sostenerse sin él.
El anuncio fue casi sobrio, sin grandes titulares ni declaraciones dramáticas. Pero detrás de esa aparente calma, había una sensación de final irrevocable: The Doors, el grupo que había abierto portales hacia el inconsciente colectivo con temas como The End, Riders on the Storm y Light My Fire, cerraban para siempre la puerta.
El legado tras la última puerta
Medio siglo después, lo que queda de aquellos últimos años es un eco melancólico. Other Voices y Full Circle son testimonios de un esfuerzo noble por mantener viva la chispa, aunque el fuego original ya se había apagado en París.

La separación oficial de 1973 no fue tanto una noticia, sino la confirmación de lo que todos ya sabían: que The Doors no podían existir sin Jim Morrison.
Hoy, a 52 años de aquel final, la historia de la banda sigue viva en cada riff de Krieger, en cada acorde hipnótico de Manzarek, en cada golpe de batería de Densmore. Pero sobre todo, en cada palabra de Morrison, ese poeta salvaje que convirtió la música en un viaje místico hacia el otro lado.
The End
The Doors no se disolvieron por falta de talento ni de música, sino porque habían perdido a su espíritu guía. 1973 fue el año en que se cerró oficialmente la última puerta, pero en el eco de sus canciones, la voz de Morrison sigue preguntando: “Is this the end, my only friend, the end?”